Resulta que en su afán de construir un discurso que pueda acabar con ZP nos dicen que hemos pasado de formar parte del grupo de los poderosos a ir de la mano de una serie de líderes políticos que, según parece, no merecen nuestro trato. No parece que pueda cuestionarse la legitimidad con la que cuentan para serlo, al menos si seguimos los mismos criterios en los que se basan cuando lo que toca es hablar de la forma en la que otros que sí cuentan con su confianza han llegado al poder. El problema parece venir de lo incómodos que resultan para el establecimiento de su sistema en los países en los que estos líderes gobiernan. Y además por las dificultades en las que podrían poner a la estabilidad del sistema en el resto de países al tener la posibilidad de controlar una parte de los hidrocarburos, petróleo especialmente, que se ven obligados a consumir para que el sistema pueda seguir funcionando. Nos estamos refiriendo, lógicamente, a los presidentes de Venezuela, Nicaragua y Bolivia, a los que se podría unir el de Ecuador y, con su "una de cal y otra de arena", algún otro como los de Brasil y Argentina. El caso de los tres primeros son los que disparan las alarmas de ese sector al que, tal vez, ¿por qué no?, motivos tenemos... podemos empezar a denominar la caverna.

No hay motivos para alarmar a la población con fantasmas más propios de la realidad que se vivió en la Europa del Este en el momento en el que la URSS se desmoronaba. Chávez no va a ser el responsable de que los supermercados queden vacíos, si es que algún día sucede. Pero tampoco lo es en la actualidad de que suba el EURIBOR y, con él, las hipotecas, ni de que aumenten los niveles de inseguridad ciudadana, ni de que nuestros jóvenes lleguen a la universidad con la formación de un niño de Primaria, ni de que las cifras de desempleo empiecen a acercarse a aquellas que tuvimos con aquel otro gobierno socialdemócrata presidido por el nunca suficientemente recordado Felipe González... Y, por supuesto, tampoco es el responsable de esta crisis en la que unos y otros nos han metido. ¿Qué es lo que sucede, pues? No se trata de una cortina de humo con la que no podamos ver las verdaderas raíces de los problemas con los que nos encontramos, sino, más bien, del uso y abuso de un recurso que, de puro simple, resulta hasta infantil... y ridículo. Si consigo convencer al españolito de infantería que no hay más solución que la que yo le ofrezco y que las alternativas sólo van a traer dificultades, crisis, censura, represión, falta de libertades... y hasta una hidra que se comerá a nuestros niños si nos descuidamos, y si, además, el gobierno al que intento hacer oposición tiene trato con esas alternativas, conseguiré convencerle de que empiece a preocuparse puesto que el contagio ya se ha producido. Como la lepra... Y, por supuesto, el único antídoto en el que puede confiar está representado por mi programa. Puro marketing político.
Triste... muy triste es que se quiera engañar de una manera tan burda a aquel del que se depende y del que hay que ganar su confianza. Porque lo cierto es que esa telaraña está tejida a partir de una gran mentira que, en la próxima entrada, trataremos de desmontar.